La llegada del Covid 19, suceso extraordinario, no viene con un mensaje moral o pedagógico intencional, pero nos ha puesto de frente a realidades que pasaban con descuido, y otras, que simplemente no hacían parte del interés cotidiano.
Como todo suceso nuevo, el coronavirus impacta y captura nuestra atención provocando respuestas espontáneas que buscan explicaciones sobre su presencia y sus efectos.
La liviana facilidad con que casi todo se podía resolver en el siglo XXI, ha dejado de existir. El Covid 19, inexorablemente ha empujado a la humanidad entera a improvisar caminos que apenas se conocían y no iban más allá de ser una opción sin fuerza ni obligación alguna. Su presencia universal y amenazante, nos ha recordado la vulnerabilidad y la impotencia a las que no estábamos acostumbrados.
Este ser invisible con fuerza gigante, obliga a transitar por senderos estrechos que acercan el cuidado de la salud con la realización de otras actividades. Este virus desconocido y letal, nos ha forzado a hacer un alto y a estrenar rutas como la educación a distancia y el trabajo en casa.
Es así, que el trabajo no escapa a estos ajustes, y con él, se anula la obligatoria presencialidad que llenaba todos los espacios, sin dar cabida al valor de las pequeñas cosas, que permitieran recordar que quien estaba allí, era también una persona.
«Se ha soldado la fractura trabajo/hogar, y el trabajo ha dejado de ser una parte externa en la vida del Hombre»
Se ha soldado la fractura trabajo/hogar, y el trabajo ha dejado de ser una parte externa en la vida del Hombre, resaltando que el mundo del trabajo es parte esencial dentro de sus actividades creativas a las que dedica energía, salud, talento y muchas horas, antes supervisadas por una tarjeta que daba razón exacta de la hora de llegada, de salida y hasta de su permanencia en el asiento asignado.
«El trabajo en casa, ha obligado a jefes y subalternos a establecer una relación más horizontal basada en la responsabilidad y la confianza puesta en que se cumplan los objetivos, a cambio de llenar las horas medidas por estándares y de acuerdo con la ley.»
Estos automatismos poco humanos, se han roto.El trabajo se ha integrado a la vida personal y a la familia, que ahora sabe más y respeta mejor las condiciones del que trabaja allí, a la vez que el trabajador disfruta de un ambiente sencillo y cálido y cómodo. Puede escoger su sitio, su rincón, la luz que le acomode. No está obligado al cubículo que le asignaban ni a los espacios cuyas fronteras eran otros cuerpos muy cercanos y no por eso integrados como equipo.
En su casa el que trabaja, puede levantarse de su silla, mirar por la ventana el estado del tiempo; preparar el café que le gusta; ayudar a su hijo si lo necesita; cocinar..etc.Se recobra el valor de las pequeñas cosas que le dan un sello personal, más íntimo, más confortable al tiempo del trabajo.
Además, ya no tiene que salir corriendo, a la hora de todos y todos luchando por llegar a tiempo como si cada empresa fuera la única, y así todos los días, y dos veces al día.
En tiempos cercanos se perfeccionarán reglamentos de ley que protejan a las partes comprometidas en los quehaceres laborales; pero desde ya, el Covid silencioso y contundente, señala con énfasis que sentirse bien, ayuda sustancialmente a que las cosas se hagan bien!.
La semipresencialidad que seguramente será el paso siguiente, conservará estos inesperados logros y como si poco fuera lo ya ganado, ahorrará costos en espacio, dinero, vigilancia, y seguro reducirá las afecciones de salud como las únicas formas legales usadas para justificar la ausencia.
Leonor noguera sayer
Psicóloga
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